La revista Muy Interesante es la ganadora en México del Concurso de Periodismo Costas Listas con el reportaje “¿Están listas las costas? Cómo salvar al Sistema Arrecifal Mesoaméricano”, escrito por la periodista Sarai Rangel y publicado en nuestra edición impresa de febrero de 2022.
El texto comunica los impactos del cambio climático sobre el Sistema Arrecifal Mesoamericano (SAM), la segunda mayor barrera coralina del mundo, la cual, toca las aguas de cuatro países latinoamericanos: México, Belice, Guatemala y Honduras; también aborda las medidas de mitigación para frenar sus efectos sobre las más de dos millones de personas que dependen de este ecosistema.
El concurso fue convocado por el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) con apoyo de la Iniciativa Internacional del Clima (Iki) y del Ministerio Federal de Medio Ambiente, Protección de la Naturaleza y Seguridad Nuclear de Alemania, así como diversas organizaciones ambientales de la región. Solo fueron considerados trabajos de periodistas pertenecientes a una de las cuatro naciones que integran el SAM que hayan asistido al taller virtual Costas Listas realizado en 2021. Únicamente se premió un trabajo por país.
Mientras que Sarai Rangel fue la ganadora por parte de México, los periodistas Dion Vansen y Tamara Sniffin del San Pedro Sun lo fueron por Belice, Pía Flores y Simone Dalmasso de Plaza Pública por Guatemala y Valery García Burgos de El Tiempo por Honduras.
El objetivo es distinguir los reportajes de periodismo de calidad que ayuden a comunicar los impactos del cambio climático en las áreas costeras del SAM, así como las medidas de adaptación para esta región.
A continuación publicamos el trabajo ganador de nuestra compañera.
El proyecto Costas Listas busca reducir los efectos del cambio climático sobre el segundo mayor arrecife del mundo. El modo de vida de más de dos millones de personas depende de su éxito.
“Tenemos petróleo”. Era 2005 y en esta simple frase, Belice, un pequeño país centroamericano, reunía todas sus aspiraciones de prosperidad económica venidera. Se pronosticaba que el recién hallado pozo podría bombear unos 500 barriles de crudo al día, y si bien la cifra no competía con la producción de su vecino, México, los inversionistas cruzaban los dedos para encontrar más yacimientos en sus costas o, incluso, en alta mar.
Encarrilado, el gobierno otorgó contratos de exploración en el Atlántico, muy cerca del Sistema de Reservas de la Barrera del Arrecife de Belice, una barrera de 300 kilómetros de corales únicos y exuberante vida marina designado en 1996 Patrimonio Mundial de la Humanidad.
Los corales no suelen llevarse bien con las petroleras. El ruido y la contaminación que producen afecta a estos delicados organismos coloniales, así como a los peces que viven y se alimentan de ellos. Cuando llega a ocurrir un derrame, los daños son prácticamente irreparables. En 2009, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) tomaría una postura enérgica: incluir al arrecife de Belice en su Lista de Patrimonio Mundial en Peligro. La idea del “Kuwait” centroamericano era la gota –negra– que derramó el vaso en una región ya afectada por el desarrollo turístico desmedido y el continuo blanqueamiento de sus corales.
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El “jalón de orejas” surtiría efecto. En un esfuerzo sin precedentes, Belice se alió con pescadores, científicos del Proyecto Capital Natural con sede en la Universidad de Stanford (Estados Unidos) y conservacionistas, y diseñó un plan de protección para su majestuoso arrecife. Tras cinco años, el llamado Plan de Manejo Integrado de la Zona Costera propuso una serie de medidas para rescatar sus ecosistemas tanto en tierra como en mar.
Con mapas y datos, pero también calculadora en mano, demostró cómo la contaminación y destrucción de sus corales, manglares y cuencas tendrían fuertes efectos sobre la economía de Belice, que depende en gran medida de la pesca y el turismo que su “capital verde” atrae. Como resultado de este experimento y con ayuda de la presión ciudadana, el gobierno prohibió la exploración petrolera en el área del Patrimonio Mundial. También logró retirar al país de la inefable lista negra de la UNESCO.
Pero los corales beliceños son sólo una porción dentro de un sistema natural más grande y, si cabe, igual de impresionante y mucho más amenazado: el Sistema Arrecifal Mesoamericano, la segunda mayor barrera coralina del orbe. Cariñosamente conocida como “SAM”, es un hervidero de vida que baña las costas de Honduras, Guatemala, Belice y México. A lo largo de su historia, sus cálidas y turquesas aguas han albergado todo tipo de fauna atraída por las prístinas condiciones de sus casi 1,000 kilómetros de arrecifes.
Aunque su belleza ha sido su maldición. Hoy, las otrora pequeñas comunidades pesqueras que por siglos se asentaron en sus costas se transformaron en importantes centros turísticos. Con tal de acoger a los visitantes que llegan por millones para echarse en un camastro y disfrutar de sus playas de arena blanca y fina –producida por el pez loro, un asombroso animal que pacientemente poda las algas de los arrecifes y defeca arena–, los manglares y dunas costeras han sido arrasados erigiendo hoteles en su lugar.
Muchos ya no desaguan sus aguas residuales en el mar, varios incluso las tratan; no obstante, la contaminación provocada por el turismo es un problema grave que, junto con la sobrepesca, la actividad petrolera y el cambio climático ponen en riesgo la supervivencia futura del SAM y de las personas que viven de él.
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No es sólo palabrería. De acuerdo con ADVANCE, una colaboración entre el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF, por sus siglas en inglés) y el Centro de Investigación de Sistemas Climáticos de la Universidad de Columbia para el desarrollo de proyecciones de riesgo climático en el planeta, en la región del SAM el cambio climático podría aumentar la temperatura media a entre 1.5 y 2 °C en el mejor de los casos para 2050; en el peor, llegar a los 3 °C.
Ya es cosa seria 1.5 grados de calentamiento, pues acabaría con 70% de los arrecifes de coral del mundo. Con dos grados podemos despedirnos de este ecosistema. Nos afectaría a todos, pero para las comunidades costeras sería una hecatombe.
Ante la emergencia, la experiencia de Belice surge como un salvavidas. Con el apoyo de la Iniciativa Internacional del Clima (IKI) –un programa del gobierno alemán que busca una economía más sustentable y sociedades mejor adaptadas al cambio climático–, un pequeño ejército de biólogos, científicos de datos, ecologistas, tomadores de decisiones y comunidades provenientes de los cuatro países han lanzado el proyecto Costas Listas, cuyo objetivo es replicar en todo el SAM la hazaña beliceña. Para ello buscan mostrar la importancia de rescatar y proteger los ecosistemas costeros.
“Cuando los ecosistemas se encuentran sanos y bien manejados, ofrecen importantes beneficios a los humanos”, señala Alejandra Calzada, Coordinadora de Adaptación al Cambio Climático de WWF México.
“Estos dan protección frente a los impactos del calentamiento global, como el aumento del nivel del mar, y sostienen algunas de las actividades productivas más importantes de la región como la pesca y el turismo. Sin manglares, dunas y arrecifes, las personas que se dedican a estas actividades no podrían sostener sus medios de vida”.
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Los esfuerzos por disminuir los impactos del cambio climático en el SAM se han multiplicado en los últimos años. Plantar corales en México, restaurar manglares en Honduras y Guatemala, concientizar a hoteleros y pescadores de Belice… Pero el Sistema Arrecifal Mesoamericano es como una manguera con agujeros por todos lados. Queda claro que para salvarlo no basta con tapar uno.
Ni siquiera es suficiente que un país como Belice lo proteja si el resto de sus 464,000 kilómetros cuadrados de océano sucumbe. Como dice Alejandra, “el SAM, como todos los sistemas naturales del mundo, no reconoce fronteras”.
Esto vuelve aún más complejo salvarlo. Una cosa es hacer entrar en razón a un país de casi 400,000 habitantes y otra a cuatro naciones multiculturales con diversas preocupaciones, necesidades e intereses. Más de dos millones de preocupaciones, necesidades e intereses, para ser precisos. No obstante, el tiempo apremia. Lo sabe bien María del Carmen García Rivas, directora del Parque Nacional Isla Contoy, en Quintana Roo, México.
En septiembre de 2021 atestiguó la muerte de más de 5,000 corales que habían sido restaurados en 2018 en el arrecife Ixlaché, en la zona más norteña del SAM. Tres semanas antes, ella y su equipo habían encontrado a las colonias sembradas en perfecto estado tras el paso del huracán Grace, pero una fuerte corriente y episodios de intensa lluvia desviaron aguas negras y sedimentos de la zona de Cancún a esta región matando a 90% del arrecife. “Fue toda una tragedia” contó vía Zoom.
Nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde. En el caso de la naturaleza, el viejo adagio no podría ser más penosamente cierto. Pongamos un ejemplo extremo: los manglares de Nueva Orleans, Luisiana. Por años, los cenagosos pantanos del bayou habían resistido los embates de los huracanes del Golfo de México.
A mediados del siglo XX la ciudad decidió construir inmensos diques, privando a sus barreras naturales, los humedales y los manglares, de sedimentos y agua para sobrevivir. Un continuo suministro de agua salada terminó por matar al mangle desde la raíz.
Cuando en 2005 el huracán Katrina rompió los diques y dejó a la ciudad expuesta, las manchas de vegetación dispersa nada pudieron hacer. Las pérdidas: 75,000 millones en daños y más de 1,400 vidas humanas.
Si bien la catástrofe era inevitable, la falta de sus manglares agudizó sus efectos. Es un triste recordatorio del valor de los servicios ambientales o ecosistémicos, concepto acuñado por el economista David Pearce (1941-2005) en los años 80 y que se refiere a todos aquellos procesos y funciones de los ecosistemas que tienen un valor para las personas.
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Para algunos, le puso un precio a la naturaleza. Para otros, como María del Carmen García, encontró el modo perfecto de protegerla. “Tuvimos que aprender a hablar en términos económicos. Decir a los hoteleros: te sale más barato conservar el arrecife que restaurar tu hotel. Dejar el manglar que filtra el agua y te protege del huracán que construir una planta de tratamiento y un dique”.
Pero como los manglares de Nueva Orleans o el Mar de Aral en Asia Central, que hasta hace poco era todavía una de las mayores masas de agua interior del mundo, los innumerables beneficios que la naturaleza da a las personas se aprecian sólo después de su pérdida.
El Proyecto Costas Listas trata de evitar que este error se repita en el Sistema Arrecifal Mesoamericano. Desde 2018, veintisiete áreas protegidas repartidas en los cuatro países que lo conforman están recibiendo asesoría para mejorar sus capacidades de adaptación a la crisis climática.
Su apuesta son las soluciones basadas en la naturaleza (SbN), un novedoso enfoque que revaloriza el papel de tienen los ecosistemas en la salud y bienestar de las personas, rompiendo con su uso como meras fuentes de recursos desechables una vez agotados.
“Las soluciones basadas en la naturaleza son un conjunto de acciones o políticas que aprovechan el poder de la naturaleza para abordar algunos de nuestros desafíos sociales más urgentes, como la amenaza de la disponibilidad del agua, el creciente riesgo de desastres naturales o el cambio climático”, explica Alejandra Calzada, quien lidera la implementación en México de Costas Listas. Estas soluciones, refiere, implican proteger, restaurar y gestionar de manera sostenible los ecosistemas para aumentar su resiliencia ante el clima cambiante.
Para ello, como parte del proyecto Costas Listas, científicos del Proyecto Capital Natural, integrado por institutos y organizaciones líderes en sustentabilidad y conservación como WWF, contabilizan los recursos ambientales en todo el Sistema Arrecifal Mesoamericano a través de mapas y modelos computacionales.
Así es posible saber qué tenemos y en dónde. Luego comparten esa información basada en ciencia a autoridades y comunidades para tomar decisiones sobre cómo administrar sustentablemente sus recursos.
Fue de esta forma que en Belice el verde le ganó al petróleo. Por años, el país había tratado de poner orden en el manejo de sus costas sin éxito. Entonces llegó el experto en cartografía y sistemas de información geográfica Gregory Verutes con sus mapas. Su trabajo consiste en traducir datos sobre los posibles impactos ambientales por el uso de recursos naturales y convertirlos en representaciones visuales de cómo la naturaleza beneficia a las personas. Mientras visitaba las ruinas mayas de Belice en 2011, su guía turístico le hizo una curiosa propuesta: “¡Haga un mapa del derrame de petróleo del Golfo de Estados Unidos y colóquelo encima de Belice!”.
El debate sobre si este país debía o no extraer el petróleo de alta mar estaba en su clímax. “Fue uno de esos momentos eureka”, escribió en un blog Verutes, quien era parte del Proyecto Capital Natural y WWF. Sabía que el derrame de petróleo se vería grande en comparación con Belice, pero incluso a él le sorprendió ver que la mancha negra cubría la costa por completo.
Un derrame de petróleo de esta magnitud devastaría el país. No podía explicarlo más claramente. Envió la imagen a una ONG que se encargó de difundirla. Cuando llegó la hora de decidir, 90% de los beliceños votaron en contra de la exploración petrolera marina. “Un simple mapa que hice ayudó a derrotar una propuesta para intensificar la extracción de petróleo en alta mar”, escribió.
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En 2017, Verutes fue el autor principal de un estudio desarrollado a lo largo de cinco años en colaboración con autoridades beliceñas para diseñar un plan de manejo de las costas de esa nación. Ahora, este sirve de hoja de ruta para el proyecto Costas Listas en el SAM.
Con los limitados datos regionales disponibles y la ayuda de la herramienta InVEST (Valoración integrada de los servicios y compensaciones de los ecosistemas), un software que permite mapear la distribución y el valor económico de los servicios ambientales, los científicos de Costas Listas han identificado los hábitats en mayor riesgo de cada una de las regiones donde se implementará el proyecto: arrecifes de coral, manglares, dunas costeras, cuencas hidrográficas y pastos marinos.
Luego, visualizaron y cuantificaron los servicios ecosistémicos que estos aportan y cómo, en el contexto del cambio climático en 2050, su deterioro afectaría a aquellos servicios ecosistémicos que las diferentes poblaciones consideran esenciales. Para saber esto, trabajaron directamente con las comunidades mediante encuestas y entrevistas.
“En la parte mexicana del SAM, por ejemplo, los servicios ecosistémicos de protección costera y turismo y recreación son los de mayor importancia para las comunidades locales”, comenta María del Rosario Calderón, de WWF Mesoamérica. Para Guatemala, Belice y Honduras, fueron la protección costera, la retención de sedimentos y la recreación turística, así como la pesca para los dos últimos.
Al final desarrollaron un “portafolio de medidas de adaptación al cambio climático”, un listado de soluciones a aplicar dependiendo del mal a tratar. Por ejemplo, en México este año comenzarán las acciones para proteger y restaurar las dunas costeras en la Reserva de la Biosfera Ría Lagartos, Yucatán y en Yum Balam, Quintana Roo, las dos áreas elegidas para poner en práctica Costas Listas.
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En cambio, en el Área de Uso Múltiple Río Sarstún, Guatemala –más de 35,000 hectáreas de humedales y bosques tropicales–, las acciones se enfocarán en la preservación del manglar, que es la fuente de vida para las comunidades. De él obtienen el pescado que venden y consumen, la leña para calentar sus hogares y la protección contra tormentas e inundaciones.
De ahí que la gente asocie la salud del manglar con su propio bienestar, explica Pilar Velásquez, Oficial de Pesquerías y Conservación Marina de WWF Mesoamérica. A pesar de ello, ese ecosistema se ha degradado paulatinamente, por lo que las comunidades han decidido enfocar los esfuerzos de Costas Listas en su protección. Debido a que las localidades beneficiadas han sido consultadas desde el inicio “saben que el éxito de esta medida depende de su involucramiento”, acota Velásquez.
El enfoque de Costas Listas resulta tan sensato que es difícil no pensar: “¿Por qué no se nos había ocurrido?”. En realidad, es sabiduría antigua que en muchos casos ha sido olvidada o ignorada. “Si miramos la historia de los pueblos isleños, las islas oceánicas están sujetas a una gran cantidad de perturbaciones naturales.
Sin embargo, la gente se ha adaptado durante miles de años para prosperar en esos ambientes desarrollando métodos de gestión sustentable”, dijo en una entrevista en 2018 Jade Delevaux, investigadora de Ciencias de la vida de Capital Natural.
Delevaux creció en Madagascar, la mayor isla de África, donde fue testigo de ecosistemas insulares únicos e impresionantes paisajes, y en donde los isleños tenían un fuerte sentido de pertenencia.
“Pero también aprendí que con el crecimiento de la población y el desarrollo económico vienen la deforestación, la escorrentía de sedimentos y la pérdida de hábitat, lo que resulta en la pérdida de la biodiversidad y de las fuentes de alimentos que alguna vez estuvieron en el corazón de nuestros medios de vida e identidad”, relata.
“La tendencia a la erosión incontrolada era tan común que se decía: ‘Madagascar se desangra en el océano cuando se ve desde el cielo’”.
Con el fin de proteger este ecosistema desarrolló un marco de modelado tierra-mar en el que –con la mínima cantidad de datos– evidencia cómo lo que ocurre en tierra repercute en los ecosistemas marinos. El sistema, conocido como Ridge to Reef (R2R, Cuenca a arrecife), muestra cómo al conservar los bosques es posible rescatar arrecifes de coral como los del Sistema Arrecifal Mesoamericano.
Además, su enfoque –que ya ha sido probado en islas como Fiji y Hawái– permite identificar lugares específicos en tierra donde las acciones de conservación generarán los mayores beneficios tanto para la salud de los corales como para las poblaciones, optimizando tiempo y recursos.
“Las acciones que realizamos en la cuenca tienen un impacto directo sobre el mar”, destaca desde Honduras el especialista en turismo sustentable de WWF, Luis Chévez.
“Por ejemplo, si deforestamos, al llover el suelo se lava y tarde o temprano llega a los ríos y finalmente al mar, donde el sedimento impacta sobre la calidad del agua”. La oscurece y llena de algas. Dado que los corales y las poblaciones de peces necesitan agua clara para sobrevivir, todo el ecosistema es afectado.
Tal es el caso del municipio de Omoa, en Honduras, una zona turística cuyo mar es enturbiado por los sedimentos que bajan de las cuencas del río Motagua y Chamelecón. Siguiendo el modelo de Delevaux se determinaron las zonas donde la reforestación podría disminuir la sedimentación e incrementar la protección costera, las pesquerías y el turismo.
“En conjunto con las poblaciones locales se identificó la necesidad de restaurar áreas que en la actualidad se usan para agricultura o pastos, recuperando el bosque o utilizando prácticas de agricultura sostenible como la agroforestería, la siembra en callejones o la milpa maya”, detalla Chévez.
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Para Delevaux, así como para el resto de científicos y conservacionistas que integran Costas Listas, vincular a personas y naturaleza con información basada en ciencia para la toma de decisiones, es lo que permitirá a esta región hacer frente a los embates del cambio climático y lograr la adaptación.
Sin embargo, aún quedan muchos retos que superar. La enormidad del SAM, su importancia natural y las fronteras que cruza son sólo parte de la ecuación. Tan relevantes son las preocupaciones y necesidades de los pescadores y locales como las de los empresarios turísticos. No obstante, hay optimismo en que el proyecto logre cambiar la forma en que se gestiona al SAM:
“Ha sido interesante ver que muchos de los involucrados creen en la importancia y urgencia de proteger los ecosistemas por el bien de todos”, termina Alejandra Calzada. Quizá algún día se celebren las verdaderas riquezas naturales de este ecosistema con todo el bombo y platillo que una vez se dio a conocer el hallazgo de crudo en Belice: “Tenemos manglares, corales, agua limpia. Lo tenemos todo”.
Sabías que… En el SAM habitan más de 500 especies de peces, docenas de tipos de corales y animales como la tortuga marina, el manatí o el tiburón ballena.
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